An American Pickle (2020) es una comedia producida y protagonizada por Seth Rogen, en la que un obrero inmigrante del siglo XIX realiza un particular viaje en el tiempo hasta la actualidad en Brooklyn, New York. Presenta un buen comienzo y cierta gracia en el desarrollo pero pierde el rumbo en el desenlace.

El cine ha mostrado muchas maneras de viajar en el tiempo. A través de misteriosas cuevas, autos fantásticos, naves espaciales o portales misteriosos. Es probable que Herschel Greenbaum (Seth Rogen), un obrero del siglo XIX, sea el primer personaje que lo hace al quedar conservado por más de un siglo en un barril de madera que se utilizaba para fabricar pickles de pepino.
An American Pickle, dirigida por Brandon Trost, comienza con una secuencia filmada con una imagen cuadrada, para dar una idea de pasado, que transcurre en el siglo XIX. Herschel y Sarah (Sarah Snook, la hermana de la serie Succession) son dos campesinos polacos que contraen matrimonio justo antes de una invasión de cosacos rusos que destruye el pueblo en donde viven, situación que los lleva a inmigrar a Estados Unidos. Allí, él consigue trabajo en una fábrica de pickles como cazador de ratas, el eslabón más bajo la cadena. En cumplimiento de su tarea cae por accidente en un gran barril de madera que justó está por cerrarse ya que la fábrica será clausurada. Allí queda Herschel por más de cien años, conservado perfectamente por la salmuera que embebe a los pepinos.

Visualmente tanto la secuencia del siglo XIX como la transición, en una escena que para dar el mayor contraste posible abre con un dron manejado por unos chicos que juegan fuera de la fábrica abandonada, están muy bien logradas. Rápidamente la película ubica a Herschel en un departamento junto a su primo Ben, también interpretado por Rogen, en la New York actual (pre pandemia, claro está). El ahorro de las escenas del personaje caminando por la calle y cómo toma el primer contacto con la sociedad actual es fructífero y ágil. Directamente, Herschel se encuentra rodeado de científicos y frente a un grupo de periodistas en una conferencia de prensa. Luego en un hospital donde le hacen un chequeo general se encuentra con quien sería su bisnieto, casualmente de la misma edad que él.
El contraste entre ambos personajes se da primero por el aspecto. Por más que estén interpretados por el mismo actor, se visten y hablan de distinta manera. Herschel tiene acento polaco, una tupida barba y conserva las vestimentas decimonónicas mientras que Ben se afeita, usa el pelo corto y se viste informalmente, con prendas propias de su tiempo. La fuente de los primeros chistes en el presente de la película se dan por la personalidad de Herschel, rústico y propenso a resolver los problemas con violencia, mientras que Ben tiene una sensibilidad más acorde a la clase media alta progresista de New York. De hecho trabaja como desarrollador de una aplicación que mide la honestidad de las empresas privadas y las rankea según su respeto al ambiente, las leyes laborales y demás cuestiones.

La fuente de gran parte de los chistes es, como suele suceder en los relatos con viajeros en el tiempo de este tipo, mediante el resaltado, no de la conducta de Herschel, sino de la población actual de New York. Entonces, los consumidores actuales son retratados como snobs superficiales que se acercan al hombre del siglo XIX porque les parece ‘distinto’ o ‘cool’, las reacciones violentas y discriminatorias hacia mujeres, homosexuales y demás colectivos del personaje se encuadran perfectamente dentro de las conductas aceptadas o impulsadas por los nuevos grupos de derecha y las redes sociales sirven para generar olas de apoyo o repudio con igual intensidad. De fondo lo que se juega es la relación entre Ben y Herschel, que más allá de su vínculo real, funcionan como amigos o hermanos.
La secuencia de época inicial y las tomas posteriores de la ciudad están muy bien logradas. Por momentos la película logra mantener la gracia y el interés en una situación primero de amistad y luego de confrontación entre los personajes que escala con el correr de las escenas. También hay destellos de profundidad, como cuando Herschel, judío practicante, le pregunta a Ben, ante el desinterés de él por ir al cementerio, cómo lidian las personas en la actualidad con el dolor que les produce la pérdida de sus seres queridos. La interrogación, hecha con cierta ingenuidad y ternura, descoloca al personaje.
Pero el guión no busca profundizar en esa u otra dirección sino que provee de una serie de giros excesivos a la trama con demasiados encuentros y desencuentros entre los personajes. El efecto logrado al final es el de la pérdida de interés por el destino de los Greenbaum. Cuando en el final se quiere retomar el hilo que abreva en la importancia de la constitución de la familia ya es tarde. Las vueltas de An American Pickle producen, en definitiva, cierto mareo y confusión innecesaria para una historia que necesitaba de mayor simpleza.

An American Pickle se estrenó esta semana por el servicio de HBO Max.