«Armonías de Werckmeister» es, sin duda, una de las obras maestras del cine no solo de los últimos años, sino de toda de su historia. Ambientada en un momento indefinido del siglo XX (la ausencia de coches no es casual), Béla Tarr, a través de su estilo único, realiza una cuidada y elaborada fábula acerca de los totalitarismos y la sustitución de la individualidad por la alienación y la colectividad radical (no debemos olvidar que Hungría estuvo bajo el dominio soviético durante más de cincuenta años).
Pero, si la película se limitase únicamente a una lectura política de los hechos, se vería afectada por la superficialidad (es decir, la no transcendencia) y el carácter planfletario que, en mayor o menor medida, suelen lastrar aquellas obras cuyo único o principal fin es la difusión de una ideología a través del arte. “Lo político excluye lo artístico, porque lo primero tiene que ser partidista para conseguir algo”, anotaba Tolstói en su diario. No obstante, la interpretación política de la película no creo que sea ni la principal ni la más importante de todas. Esta es, más bien, complementaria a muchas otras, como la insignificancia del ser humano en el cosmos, el misterio de la existencia (representado por la ballena) y las formas arquetípicas del hombre de reaccionar ante el mismo, con violencia y miedo por un lado (las gentes del pueblo), y con veneración y respeto, comprendiendo la inefabilidad de lo trascendente, por otro (el protagonista de la película, Jànos).

«Armonías de Werckmeister» está basada en la novela “Melancolía de la Resistencia” de László Krasznahorkai pero, si en esta abundaba el humor negro, en la película de Tarr desaparece para dejar paso a una gravedad que, lejos de resultar pedante o forzada, consigue capturar la vida y reflejar el carácter de una situación de crisis tanto social como espiritual. La ambigüedad deliberada de la trama y el uso de tiempos muertos consiguen recrear esa atmósfera de crisis y vacío, tanto físico como figurado, en la que se ven envueltos los personajes y, sobre todo, el protagonista, quien debido a su inocencia y bondad de corazón no logra entender por qué ocurre lo que ocurre. Pero si la trama arroja hasta cierto punto más sombras que luces y es rellenada por escenas en la que no pasa “nada”, ¿por qué funciona «Armonías de Werckmeister» y qué es lo que la hace una gran película?
Principalmente, funciona por el estilo único e irrepetible de Béla Tarr, que se enmarca junto al de los grandes formalistas del cine, como Bresson, Tarkovski o Angelopoulos. Ese estilo consiste en una serie de características que enumeramos a continuación:
- El uso del plano secuencia como unidad fílmica. Tarr huye del convencionalismo del plano-contraplano y de la construcción de la escena a través de una serie de planos ordenados temporal y espacialmente. Él utiliza el plano-secuencia como una herramienta que le permite captar y reproducir la vida tal y como esta sucede, en toda su sencillez y grandeza. Así pues, no nos extraña que una de las acciones que más se repite en sus películas sean los paseos de los personajes, que deambulan de aquí a allá en medio de un paisaje yermo y hostil, mientras la cámara los sigue desde distintos ángulos.
- El montaje, por lo tanto, no se construye mediante la técnica habitual de ensamblaje de planos, sino que surge dentro del plano-secuencia gracias a la técnica del reencuadre, que Béla Tarr domina con maestría. Esto demuestra la enorme planificación y minuciosidad que hay detrás de la realización, pues una película creada a partir de planos-secuencia tan elaborados como los de Armonías de Werckmeister solo puede ser obra de alguien perfeccionista y con un gran talento.
- La fotografía en blanco y negro. Béla Tarr siempre usa el blanco y negro en sus películas, ya que para él la ausencia de color le permite crear una mayor distancia entre el mundo real y el que representa en sus películas. El carácter casi onírico de Armonías… no solo proviene entonce de la presencia de las nieblas, la ballena disecada o el personaje de El Príncipe, sino que el carácter predominante en la fotografía de los negros y grises sobre los blancos, sumado a los escenarios anticuados y destartalados, crean un ambiente enrarecido en el que la noche es el elemento principal.
- La música. Bela Tarr cuenta siempre con el mismo compositor, Mihály Víg, quien crea melodías muy sencillas pero de un profundo sentimiento. Para Armonías… compuso dos temas que suenan en cuatro momentos principales de una elevada carga emocional, remarcando la fuerza artística de unas imágenes ya de por sí bellas.
- Por último, la espiritualidad en el cine de Tarr no se alcanza a través de la historia que se narra, sino mediante la forma. La trascendencia surge del formalismo y de la capacidad estética y compositiva del autor.
Por lo tanto, estos podríamos decir que son los puntos fuertes de «Armonías de Werckmeister».
Como puntos débiles, quizá podríamos decir que su ritmo lento y cadencioso así como sus más de dos horas de duración pueden disuadir a muchos espectadores. No obstante, para quienes entren en el universo fílmico de Tarr, visionar «Armonías de Werckmeister» se puede convertir en toda una experiencia.
Todo esto que acabamos de exponer se comprenderá más fácilmente si vemos la escena con la que abre la película. Es ya de noche y una taberna cualquiera de una pequeña ciudad de Hungría se dispone a echar el cierre cuando nuestro protagonista, Jànos, es invitado a contar cómo ocurre un eclipse. Las imágenes hablan por sí solas.