En defensa de la literatura juvenil

La literatura juvenil, como ocurre con cualquier subgénero literario, puede ser la base de obras de poca calidad, buenas, e incluso grandes obras de la literatura universal. Lo importante es la habilidad del autor que las escribe, no el tipo de texto que lleva a cabo o su destinatario principal.

Parajes - Literatura juvenil
Fotografía de Pedro Ribeiro Simões / CC BY 2.0 sin modificaciones

Vengo a contarles un pequeño secreto: me encanta la literatura juvenil e infantil. Lamentablemente no son pocos los que me mirarían por encima del hombro solo por reconocer estas palabras. “No es una verdadera lectora” pensarían, “con su edad y todavía lee esos libros sin calidad alguna que solo están pensados para entretener a críos chicos”. Pero no pueden estar más equivocados.

Pensar que una persona no es un verdadero amante de la lectura por leer un libro que no se considera “bueno” es un grave error. La literatura busca crear placer en el lector a través de un efecto poético, pero las diferencias entre un individuo u otro hacen que cada lector tenga preferencias muy diferentes, y por tanto, disfrute de obras completamente distintas. Donde uno puede encontrar una joya, otro puede que solo sienta desagrado. Y no siempre puede uno sentirse con ganas de leer El Quijote, por muy buena que sea una obra, a veces nuestro cerebro solo nos pide desconectar, y obras más sencillas son la opción perfecta, aunque solo sea para echarnos unas risas. Esto ocurre tanto con la literatura juvenil como con cualquier otra.

Pero es que la literatura juvenil e infantil son especiales en cierto modo. Sus obras requieren de una serie de elementos y características específicas que las hacen lo que son, hasta el punto de que en el mundo académico son ya varias las voces que las consideran un género propio, como son la narrativa, el teatro o la poesía. Aunque pueda parecer muy polémico en un principio, hay que tener en cuenta que la división por géneros que aprendemos en el colegio es una versión muy simplificada de la realidad, y que hay libros que son imposibles de clasificar intenténlo con Moby Dick, por ejemplo, tal vez lo acabéis clasificando en manuales de pesca

Fotografía de Nick Amoscato / CC BY 2.0 sin modificaciones

Para ser un buen escritor de literatura juvenil se necesita técnica y habilidad, pero es algo que pasa desapercibido, tal vez porque aquello que está destinado a nuevas generaciones siempre se ve con un poco de incomprensión por parte de las más antiguas. También es cierto que esta literatura ha vivido su auge en tiempos más recientes, y nuestra sociedad parece querer convencernos de que la única literatura buena, que nos hará personas más cultas e inteligentes porque parece ser que ese es el único objetivo de la lectura para muchos, lo cual sinceramente me da lástima pues creo que se pierden mucho por ello, son los clásicos. Por supuesto, no es verdad. Hay clásicos que son auténticas maravillas, y otros que probablemente estén sobrevalorados por muchas razones diferentes, algunas incluso políticas. Hay libros actuales que se olvidarán pronto en el torrente de obras y que serán recordados dentro de muchos años (si con suerte logran ser descubiertos por las personas adecuadas), convirtiéndose en los próximos clásicos. 

Los clásicos no son mejores que los libros actuales, simplemente ya han sido reconocidos y estudiados, disfrutando de una posición más estable y destacada, largo camino que a muchas obras publicadas en los últimos tiempos todavía les falta por recorrer. 

Pero ya que estamos hablando del valor de la literatura infantil y juvenil, vamos a pasarnos a ese nivel, al de los clásicos, para que los ejemplos que dé sean más claros y comprensibles para todos. Porque muchas veces se nos olvida que en los clásicos de la literatura universal también existen obras juveniles. Algunos ejemplos son Matar a un ruiseñor de Harper Lee, Alicia en el País de las maravillas de Lewis Carroll, El mago de Oz de L. Frank Baum, El guardián entre el centeno de J. D. Saligner, por poner solo algunos. Todas obras muy conocidas y de gran distinción en la literatura.

Con estas palabras no intento obligar al lector a que le guste la literatura juvenil, pues cada uno tiene sus propios gustos y puede que disfrute de tonos diferentes. No, mi objetivo es luchar contra la mala fama inmerecida a la que se enfrentan este tipo de obras, para que así, tal vez, alguien decida darle una oportunidad o incluso reconectar con algún libro de su infancia; puede que de este modo se abra ante él un nuevo mundo de oportunidades que disfrutar.

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