Siento que Diamantes en bruto es una película para tener en cuenta, no sólo por su fuerte espíritu independiente, sino por su brillantez a la hora de contar su historia. Es una de esas películas que creo que habrían tenido mucha más fama si hubiese sido nominada a los Oscar (aunque ha ido recolectando una buena suma de galardones), por muy superficial que suene.
Rastrear el talento en el inmenso catálogo de las plataformas de streaming puede ser agotador. Hay tantas opciones, tantos títulos, series de tres temporadas con las que ocupamos nuestro tiempo de ocio durante semanas y una vez las acabamos no sentimos haber descubierto nada nuevo. Sí, seguimos con este hábito porque, en realidad, no tiene nada de malo. El cine es amplísimo y sus posibilidades infinitas. Todas las semanas hay nuevo contenido y todos los días se está trabajando en crear más. Se genera un hambre voraz en el espectador que parece demandar más y más cada día, algo que se ve reflejado en las carteleras de los cines y en las parrillas televisivas. Por eso me gustaría destacar Diamantes en bruto, en favor del gran trabajo que se sigue llevando a cabo en esta nueva forma de hacer cine.
Con la productora A24 involucrada y el nombre de Martin Scorsese entre los productores ejecutivos ya se puede esperar algo, pero lo cierto es que Diamantes en bruto, más que satisfacer estas expectativas, se despoja de todo prejuicio y construye su propia identidad. La historia gira en torno a un joyero judío, Howard Ratner, de sonrisa caballuna y estampa vergonzosa al que se le da muy bien vender sus horteradas a los millonarios de Nueva York. Por su tienda se pasea un circo de ricachones, jugadores de la NBA y mafiosillos en busca de relojes brillantes. Howard no sólo se dedica a engatusarlos, sino que teje alrededor de sus ingresos una intrincada red de apuestas, inversiones y empeños que lo mantienen en una riqueza virtual. Es un hombre cegado por la avaricia y el exceso. Su existencia se basa en el riesgo a perderlo todo para ganar un poco más. Su actitud invade todas las facetas de su vida, desde su trabajo hasta su familia. Es incapaz de dejar a su amante, no porque la quiera, sino porque el simple acto de engañar a su mujer le supone otra inyección estimulante para seguir adelante. Aun con su apariencia despreciable es capaz de convencer a cualquiera para dedicarle toda su atención, o quizá para que le conceda unos días de prorroga en un pago. Vive en una fina línea que lo mantiene balanceándose sobre el abismo, sin caerse, pero constantemente luchando por seguir en ella. Y lo interesante es que no deja ese estilo de vida porque ni se lo plantea ni quiere hacerlo, porque nada le emociona más que jugarse la vida a una canasta en un partido de baloncesto.

Diamantes en bruto retrata un mundo real, enterrado bajo una espesa oscuridad en la que los destellos de las joyas y de las luces de neón iluminan o aparentan iluminar el sendero de estas criaturas de la noche. No hay nada en toda la película que haga sentir el más mínimo apego por ese mundo, todo es hortera, agobiante, ridículamente caro o cutre. Los personajes son superficiales, no sienten empatía o cariño, se mueven por la codicia, ambicionan poder, riqueza, reconocimiento, placer… La cámara se mueve con velocidad entre ellos, intentando seguir el paso del protagonista, siempre a la carrera, marcando un ritmo frenético del que se hace participe al espectador. Con un montaje salvaje que sabe cómo dejar momentos de quietud y retrospección que llevan la historia a algún tipo de ciencia ficción o viaje psicodélico. Con un trabajo de actores que es capaz de subir unos peldaños más en la escalera hacia la locura cuando parecía que ya no se podía subir más. Que son capaces en dos segundos de cambiar por completo de actitud, de una forma tan verdadera y estremecedora que apenas nos damos cuenta del cambio hasta que ya ha ocurrido. El conjunto se percibe como una versión de las grandes películas de Michael Mann como Heat, El dilema o Collateral, sólo que allá donde él derrochaba estilo y elegancia hasta en la más trepidante de las persecuciones, los hermanos Safdie tiñen todo de un tono decadente y exagerado más acorde a la era Netflix.
Siento que Diamantes en bruto es una película para tener en cuenta, no sólo por su fuerte espíritu independiente, sino por su brillantez a la hora de contar su historia. Es una de esas películas que creo que habrían tenido mucha más fama si hubiese sido nominada a los Oscar (aunque ha ido recolectando una buena suma de galardones), por muy superficial que suene. Sin embargo, la película es lo suficientemente especial como para alzarse por sí misma. Al igual que el ópalo negro alrededor del que gira la trama, Diamantes en bruto brilla por su rareza, que hipnotiza y atrapa a quien se quiera asomar. Muy consciente del tiempo en el que se desarrolla. Su historia sobre personas toscas y mezquinas, talentos aún sin pulir que han sido utilizados para el pecado, dibuja un mundo caricaturizado en el que ya estamos viviendo, donde el juego arruina las nuevas generaciones y la vida laboral se basa en una lucha sin cuartel donde sólo progresa el más astuto o el más fuerte. En los colegios se enseña que la base del progreso es la competición, y la colaboración sólo se toma como estructura interna de un sistema mayor creado para seguir compitiendo. Creamos seres avariciosos e inquietos que sienten el tiempo como algo a batir, gente que nunca ha dedicado más de cinco minutos a investigar sobre algo que no fuera a darles algo más que sabiduría. Y todo ese frenetismo acabará por pasarnos factura, y viviremos en un mundo donde nadie se detiene ante nada, ni siquiera, aunque signifique destruir su entorno. Viviremos en un mundo de gente que no vive, como el de Diamantes en bruto.