Parajes musicales imprescindibles de 2020

Me temo que no voy a ser muy original y les voy a felicitar las fiestas haciendo un repaso musical del año 2020. Por más que intenté hacer algo inesperado, cuando me puse y después de darle mil vueltas, no tuve ninguna idea brillante y original, así que no se me ocurrió otra cosa que compartir una fórmula sublime para luchar contra la calamidad: quince álbumes (más dos menciones especiales) electrizantes y una lista de reproducción con 35 temazos.

Todos y cada uno de los discos y de las canciones que conforman este resumen, no sé si lo suficientemente certero, arropan y dan calorcito, o por lo menos a mí me han ayudado a relativizar y a tirar pa’lante. No es sólo divertirse escuchando, también es disfrutar de la necesidad de lanzarles la propuesta para provocar.

Ahí lo dejo.


Menciones especiales:

Cantos de ultramar de Banda de Juan Perro

Es una historia conocida, amigos, todos la recordamos. Santiago Auserón formó una banda a finales de los 70 que permaneció en activo y se mantuvo puntera hasta principios de los 90. Cierta epifanía latina le llevó a iniciar una aventura musical en solitario con otro nombre, Juan Perro, un heterónimo, como una declaración de canciones. En este periodo, de lo más estimulante (por resumir, por decir algo), se alejaba (o no tanto) de lo que había hecho con su anterior grupo, saldando así las deudas del chucho con la persona. "El viaje", un álbum editado en 2016, contenía unas canciones desnudas, tal vez por motivos de producción que, por un lado consolaba la urgencia del artista por mostrar material nuevo, y por otro la necesidad del oyente de alcanzar el jardín de la alegría. A pesar de la desnudez inicial, el compositor, tras el lanzamiento, no dejaba pasar la oportunidad del directo, siempre que podía, para que las canciones de "El viaje" ganaran, se hicieran más grandes. De aquellas correrías con banda, las canciones salieron la mar de guapas. Engalanadas como para ir de fiesta, se emanciparon, asumiendo elementos que reflejaban la inquietud de su creador, justificando, por supuesto, El Viaje. "Cantos de ultramar" viene a dar fe del trabajo en equipo, así como de la meticulosidad de la libertad y de la falta de respeto de los diletantes que acompañan al señor guía: cinco tipos con cara de buenos músicos que, como no podía ser de otra manera, se llevan las canciones de aquel Viaje de picos pardos. Es desnudarlas para vestirlas y volver a desnudarlas y así todo el rato.

Es una historia conocida, amigos, todos la recordamos. Santiago Auserón formó una banda a finales de los setenta que permaneció en activo y se mantuvo puntera hasta principios de los noventa. Cierta epifanía latina le llevó a iniciar una aventura musical en solitario con otro nombre, Juan Perro, un heterónimo, como una declaración de canciones. En este periodo, de lo más estimulante (por resumir, por decir algo), se alejaba (o no tanto) de lo que había hecho con su anterior grupo, saldando así las deudas del chucho con la persona. El viaje, un álbum editado en 2016, contenía unas canciones desnudas, tal vez por motivos de producción que, por un lado consolaba la urgencia del artista por mostrar material nuevo, y por otro la necesidad del oyente de alcanzar el jardín de la alegría. A pesar de la desnudez inicial, el compositor, tras el lanzamiento, no dejaba pasar la oportunidad del directo, siempre que podía, para que las canciones de El viaje ganaran, se hicieran más grandes. De aquellas correrías con banda, las canciones salieron la mar de guapas. Engalanadas como para ir de fiesta, se emanciparon, asumiendo elementos que reflejaban la inquietud de su creador, justificando, por supuesto, El Viaje. Cantos de ultramar viene a dar fe del trabajo en equipo, así como de la meticulosidad de la libertad y de la falta de respeto de los diletantes que acompañan al señor guía: cinco tipos con cara de buenos músicos que, como no podía ser de otra manera, se llevan las canciones de aquel Viaje de picos pardos. Es desnudarlas para vestirlas y volver a desnudarlas y así todo el rato.

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The Waterfall II de My Morning Jacket

No es igual, pero parece casi lo mismo. The Waterfall, que se editó en 2015, era un álbum tan hermoso y expansivo que dejaba lugar a que la imaginación flirteara con la posibilidad de que aquel proyecto escondiera más de lo que realmente dejaba escuchar. Luego nos hicieron saber que las sesiones habían sido torrenciales y que había material como para que se hubiera publicado un álbum doble, incluso triple. Los diez temas de este The Waterfall II provienen de aquellos tiempos, 2015, y la continuidad evidente arrastra el peso de una calidad efectiva sobre unas canciones rescatadas. La sensación redundante de que el tiempo se ha detenido (ay, 2020) ayuda a que el «nuevo» álbum ejerza su función cautivadora en comparación con el primer volumen. Es la belleza del paréntesis que, en contraste con la familiaridad del arrullo compositivo de Jim James, despierta de esta (demasiado) larga hibernación a nuestro yo más necesitado. Y pasa mucho con las canciones de My Morning Jacket, que sin saber muy bien cómo, sin saber muy bien por qué, algo de ellas nos pone en alerta: un cosquilleo, un calor interno, cierta alegría callada, el caso es que se van transformando hasta convertirse en magníficas.

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Los quince:

15. Uncivil War de Shemekia Copeland

Por fuera el título combate la modorra y toma partido sin ambages. Por dentro una miríada de soul, rhythm & blues y rock incendiario como para replantearse el principio de incertidumbre de Hesisenberg. Uncivil War está producido con un cariño indecible. Son doce canciones sin fisuras que Copeland, de una manera u otra, se va llevando con fiereza a terrenos tan comprometidos como sublimes, sintiendo cada frase, redondeando el mensaje, con esas inflexiones tan naturales y a la vez tan imposibles de una voz aventajada. Son el sentimiento y la queja en conexión directa con el ritmo y el blues. GranDiosa.

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14. Life Is Crazy de Sean Nicholas Savage

Basta escuchar como Sean Nicholas Savage se desgañita cantando para enamorarse de este álbum. El canadiense no tiene pudor en partirse la camisa y quebrarse como si la siguiente canción fuera la última. Es su grandilocuente forma de enfrentarse a la vida. Son en total diez miniaturas que apenas con un piano y unas cuerdas se hacen mastodónticas. Son diez composiciones cuyas soberbias melodías enfatizan el melodrama diario de sentir. Basta escuchar la preciosa «Nothing as it seems» para acabar desgañitado, roto, como si hubieras estado haciendo coros con él en directo. Imagínate, después de esto, en qué estado llegas al final: «In the silence of the crowd».

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13. Ice Cream In Hell de Tinsley Ellis

Madre del amor hermoso, si es que no da tiempo a apagar el fuego de entre los surcos mientras el disco está sonando, qué discazo. Yo que sé, sobran las palabras. Es blues de siempre tocado en plan cum laude. Y es que en la música que fabrican los artistas contemporáneos de blues no hay nada más complicado que alcanzar la magia de la simplicidad, asumiendo que todo ya está inventado y que lo que uno puede aportar a la causa es buen gusto y Tinsley Ellis tiene de eso como para alumbrar Manhattan. Ellis compone según los patrones clásicos, demostrando como guitarrista una pasmosa capacidad para plegarse a las exigencias de cualquier ritmo blues/rock, haciendo un alarde sincero en los solos. De voz (muy B.B. King) anda sobrado, sin escatimar en efectividad y clase. Y una última cosa para terminar, mucho cuidado con los señuelos virgueros del género, siempre los mismos, siempre tan disfrutables, que en este caso pueden ocasionar daños colaterales en las cervicales y en los dedos de las manos que tratan de pulsar las cuerdas de una guitarra imaginada. ¡Menudo portento, qué señor!

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12. Song For Our Daughter de Laura Marling

Perdonen la debilidad que siento por la cantautora británica Laura Marling, es algo platónico que roza lo exagerado. No encuentro más que motivos de gozosa conexión con sus canciones, siempre en estado de gracia; con su voz, siempre tan bien temperada. Las tres primeras canciones, en plan banda, no escatiman recursos para sonar grandiosas, poco intimistas, descaradas en su acompañamiento musical, sencillamente divinas. Sin embargo, con «Only the strong» y «Blow by blow» se atenúa el empuje y comienza el paulatino proceso de transformación del disco en un vals. A partir de «Song for our daughter» el disco se escapa a la razón, es pura delicia folk que, sin ningún pudor, se desnuda de arreglos, a pesar de que el tramo final de «Hope we meet again» me ponga en entredicho. «For you», la canción que cierra el disco, supone una hermosa revelación mostrándose como un singular doo wop campestre. Repito, perdonen la admiración por la Marling. Sincera debilidad.

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11. The Unraveling de Drive-By Truckers

Atascados en su propia honestidad, los Drive-By Truckers de este The Unraveling ajustan cuentas con la América oprimida/deprimida/reprimida considerando la enorme influencia de una carrera musical que los ha ido encumbrando hasta el atolladero de tener que lidiar con el abandono de algunos de sus miembros más importantes. Sinsabores de una banda compuesta por músicos excelsos que, por las razones que fueran, necesitaban respirar desde otro lado. En el anterior álbum, American Band, volvieron a encontrar lo que habían perdido, en éste, tan críticos como exigentes, transforman toda su frustración en un rock de raíces sureñas disimuladas entre texturas íntegras, espesas, encorsetadas para que el agobio quede certificado y nosotros, conscientes, nos dejemos intimidar. Un ejemplo. «Awaiting resurrection» te deja seco, en un punto muerto, en apnea, desnudo, viendo como se desvanece la grandeza, en la oscuridad, tratando de encontrar el equilibrio entre la mierda y la belleza, en definitiva, esperando la resurrección.

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10. On The Tender Spot Of Every Calloused Moment de Ambrose Akinmusire

La música, como necesidad de expresión, queda dibujada en el aire. Son notas que oxigenan un mundo que, sin ellas, sería mucho peor. Akinmusire sopla a los árboles y éstos le devuelven una brisa que es la que nos llega finalmente a nosotros. Puede que para hacerse oír no haya que exhalar más fuerte. Puede que la magia sea magia dependiendo de quien la reciba. Puede que al intentar atrapar el delirio del trompetista estés dejando escapar cualquier otro delirio que con anterioridad había impregnado lo emocionante. Puede que Roy (Hargrove) esté sin estar en este disco y puede, claro, que aprendamos tímidamente a desbrozar lo tierno entre tanta aspereza. Es cansado, para qué negarlo, pero cuando el disco concluye obtienes la recompensa.

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9. Hearbreaker Please de Teddy Thompson

En Heartbreaker please Teddy Thompson encuentra el camino de baldosas amarillas por el que bascular entre la sensibilidad y la exquisitez, con una producción tan compleja que parece invisible, apurando hasta el pop unas canciones supuestamente country/folk. En realidad, es el paradigma de la belleza que, una vez alcanzada, pulveriza cualquier intento de etiquetar o parcelar un trabajo tan hermoso que se regodea en la concisión de la melancolía, con un sonido añejo que, en su dulzura, encuentra el mejor de los recursos para la seducción y la emboscada. Imposible evitar la media sonrisa y, lo que es peor, el meneíto sanador: es la pelvis, son los hombros, y los dedos tamborileando sin destreza en la mesa. Es un disco para corazones solitarios con ganas de empezar a curar las heridas.

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8. Been Around de A Girl Called Eddy

Erin Moran, la chica a la que llaman Eddy, llevaba 16 años sin sacar un disco, por lo que, nada más terminar de escuchar este Been Around, puede que te pase como a mí, no lo sé. Es posible que primero te quedes paralizado, después que te salga una especie de grito ahogado. Más tarde, pasado el impacto inicial, emitirás un aullido que lo mismo alguien puede confundir con un quejido, aunque en realidad, como acabarás deduciendo más tarde, es una plegaria para que no vuelva a pasar tanto tiempo sin la música de la chica que en realidad se llama Erin. Las referencias son tan maravillosas que el efecto de su mención sólo podía ser la antesala del desastre: Burt Bacharach, Prefab Sprout, Steely Dan, Carole King, Chrissie Hynde, Richard Hawley, Aimee Mann, Bernard Butler… Al final, sin embargo, todo acaba encajando y reluce un álbum monolítico y muy especial. La clase de álbum que lo mismo te pone mimoso (un poco moñas) que te hace volar.

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7. Good Souls Better Angels de Lucinda Williams

Arranca rasposa la voz de la Williams, entran las guitarras y entonces todo sale disparado, descontrolado hacia algún lugar sin nombre. Recuerdo estar de pandemia y confinado y que al ponerme este disco nada pareciera la mitad de abismo que realmente era, precisamente porque Lucinda, que no se anda con medias tintas, ya se encargaba de enchufar el aspirador, rockear y relativizar el abismo y lo que hiciera falta. Good souls better angels es un disco sucio, tosco y empoderado, repleto de oscuridad y recelo, donde hasta las baladas suenan terribles y desesperanzadas. Hay cierto minimalismo en la producción que favorece la crudeza y que, particularmente, me encandila hasta alcanzar una tristeza diabólica empapada de blues. Electrizante y cuadriculado, plomizo hasta la adicción, elegante por lo esquinado, sus canciones, como dientes de sierra, causan el ardor primitivo del jugo de agave destilado bajando por la garganta. No es que te quedes sin palabras, es que la rabia te impide articular. De esa impotencia vendrán después los mejores exabruptos, las mejores canciones, las más tristes melodías. Rézale al demonio para que vuelva al infierno. Que le den al abismo.

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6. Patience de Sondre Lerche

Qué emocionantes son siempre los discos de Sondre Lerche. El músico noruego tiene esa capacidad, en parte virtud, en parte osadía, de generar fabulosas expectativas que luego, además, se ven satisfechas, tanto por lo inesperado de lo esperado, como por la irrefutable originalidad de unas composiciones espléndidas. De una manera u otra, siempre acabas escuchando el cariño, el mimo con el que el compositor trata a sus criaturas: piezas sofisticadas, enrevesadas pero luminosas, en las que busca otra vuelta de tuerca al preciosismo referencial. Es un pop barroco, extraño y bonito que, a pesar de los alardes, consuela la intranquilidad del que escucha, resultando temerario no dejarse guiar por la versatilidad de las melodías. Y una última cosa, consciente de la tontuna. Y es que he leído por ahí que Lerche entrena y corre maratones, lo cual viene a ser la metáfora perfecta de una trayectoria tan paciente, concienzuda y satisfactoria como la suya.

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5. IV de Los Estanques

Otra historia alucinante, génesis singular que da la medida de un proyecto sorprendente. Tenían Los Estanques su nuevo álbum terminado, al menos muy definido, en 2019. Las grabaciones del proceso se incluían en un disco duro que les acabaron robando. Un mazazo pues no había copia de seguridad. Suponemos que tras un periodo de reflexión y plañidos varios optaron por lamerse las heridas y tirar de la invención de la memoria para continuar lo que habían casi terminado. De ahí surge este IV, un espécimen que no disimula su amor por un sonido (olvidado, renegado) que marcó las directrices de la música pop española de los años 70. Una música que mirando a lo anglosajón no perdía la perspectiva de abrir camino en la frondosa e inexpugnable senda del pop patrio. Ya os podéis imaginar, mucha energía y poco reconocimiento. Con todo, lo peor no fue el momento (poco propicio), sino el ostracismo al que aquellas bandas fueron relegadas por las generaciones que vinieron después, obviando el legado y el talento de los padres de la música pop hecha en España. Los Estanques, sin disco duro, reivindican, homenajean, fantasean, por fin llevan a cabo, un álbum fuera del tiempo, o por lo menos fuera de este tiempo. El ritmo es frenético (35 minutos), no hay un respiro, y ese desquicie (la coartada psicodélica) redondea la peripecia, dejándote exhausto, totalmente descolocado, como un dibujo animado al que se le cae la mandíbula.

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4. Untitled (Black Is) de Sault

Este colectivo sin nombres pero con muchos adjetivos que es Sault hace canciones contundentes en un continuo de lucha y reivindicación. Como si de una sesión o un podcast o un mixtape se tratara, las proclamas, la poesía, los toques de atención se van superponiendo en canciones sintéticas, reveladoras de las necesidades de una comunidad en pie de música. Alrededor del fuego, los sonidos que llevan a las danzas que a su vez llevan al trance que a su vez recorre la médula espinal de las primeras dudas sin resolver, los lamentos, la rabia y finalmente el combate, sólo se pueden desplegar por la inercia del grupo como punta de lanza. Todos a una. La voz del pueblo, la búsqueda de la comunión perfecta entre el deseo y la realidad, anhelos ancestrales de una desigualdad atávica, enquistada en la psique de la caverna, profundidades cenagosas de actitudes y pensamientos más enfermos que la enfermedad misma. Uf.

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3. Countless Branches de Bill Fay

Para el que esto escribe, Countless branches, es una cura. Un bálsamo contra las decepciones. Un paisaje que suena. La sal de la tierra. Lluvia fina que da cobijo. Un disco dulce con el que despertarte por la mañana y un disco para conciliar el sueño mirando a la luna. Bill Fay canta despacio y muy bonito un repertorio emocionante donde las canciones no superan los tres minutos. La voz frágil se apodera de una atmósfera intimista que busca ocupar el pequeño gran espacio que queda entre las sombras: la esperanza en el hombre y todo lo contario. La vida tiende a ser injusta por eso, cuando se sabotea y cambia el rumbo, el placer de las segundas oportunidades tiene el sabor de la verdadera belleza. Qué bueno que Bill Fay siga componiendo y teniendo esta humilde y tremenda cobertura.

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2. græ de Moses Sumney

Un consejo, olvídate de los problemas y, como si abrieras un libro, sumérgete en la propuesta liquida y carnal de Moses Sumney. græ cumple con el doble reto del artista de origen ghanés de entregar una obra deslumbrante, totémica, con la que sucumbir como artista y, ya de paso, hacernos sucumbir a nosotros como receptores de la burrada. El falsete imposible troca las canciones por estrellas, mientras que las motivaciones duales e imperfectas vivifican la alucinación. En general, el ensueño lo recubre todo con una pátina de búsqueda y encuentro que sorprende por lo acertado de la indefinición. Dividido en dos partes, en total 20 canciones, græ no oculta la pretensión desmedida, la confesión fantasmagórica, el deseo de mineralizarse con la roca para alcanzar la verdadera naturaleza de las canciones, la obligación de la simbiosis con la electrónica para que palpite el corazón dentro de la máquina. No es tanto Moses dentro de un algoritmo informático como el algoritmo dentro de Moses. Lo de la roca mejor lo juzgas tú mismo viendo la impresionante portada.

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1. Rough And Rowdy Ways de Bob Dylan

Pues no va el diablo de Minnesota y en mitad del desastre saca un tema de casi 17 minutos. «Murder most foul» es un sermón mundano de admiración colectiva que sirvió, a finales de marzo, como adelanto de un nuevo álbum. No hay recetas que valgan con la música de Dylan, de modo que Rough and rowdy ways es un disco tan inesperado que parece crepuscular aunque en realidad no lo es. Es un álbum que planea y, en algunos casos, sobrevuela por las cumbres de Time out of mind, Love and theft o Tempest. No es mejor, no es peor, no es igual, es otro. De hecho, aquellas aproximaciones recientes, escapadas más bien, a ese limbo que para Dylan suponía el cancionero de Sinatra, le han permitido arriesgar y adquirir un tono mucho más informal a la hora de cantar en plan melódico, de lo cual da buena cuenta en esta última entrega. Digamos que se encuentra menos impostado habiendo relativizado al crooner que lleva dentro y que él cree que puede exteriorizar sin un átomo de vergüenza. El truco o trato con las musas del blues adquiere en este caso la misma elegancia que en entregas anteriores y el omnipresente declive de resonancias culturales, históricas o sociales del que se nutren las letras sucumbe al cinismo del bardo y el fabulador. El tiempo pondrá Rough and rowdy ways en su sitio, o no, qué más da, el caso es que estamos hablando de un álbum fabuloso, eso sí, fabuloso de Bob Dylan.

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CANCIONES

Parajes musicales. 35 canciones imprescindibles de 2020:

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