El arranque de los principales festivales de otoño, Venecia, Toronto y San Sebastián han puesto ya sobre la mesa un puñado de películas que buscan su hueco en la carrera por el Óscar, aunque la atención de los medios y la industria en este arranque de temporada no ha estado exactamente en las películas sino en cómo se han hecho.

Faltan meses todavía para que se celebre una nueva edición de los Óscars y sin embargo, de un modo u otro, todo el mundo está ya hablando de ellos. El 9 de septiembre la Academia de Cine de Hollywood agitaba la conversación social publicando cuatro nuevas reglas con las que a partir de 2024 se medirán los estándares de inclusión y diversidad que a su juicio deben estar representados en una película. Las medidas afectan tanto al guion como al equipo técnico y artístico que lo lleva a cabo e incluso a la forma en la que la película interactúa con su audiencia potencial.
La Academia lidia desde hace años con la imagen de una institución conservadora y de espaldas a la realidad asentada fundamentalmente en el académico masculino, de raza blanca y heterosexual. La ausencia de diversidad entre los nominados es cada año motivo de polémica y protestas. En más de 90 años de historia ninguna mujer por ejemplo ha ganado el Óscar de fotografía, ningún director afroamericano ha ganado nunca el premio de dirección. El año pasado la compositora Hildur Guðnadóttir se convertía en la primera mujer en 27 años en ganar el Òscar a la mejor banda sonora. Como ella tres mujeres antes lo habían ganado también, pero en categorías musicales ya extintas, nunca en la principal. Durante su discurso de agradecimiento Guðnadóttir alzó la voz por todas esas mujeres que «escuchan la música que burbujea en su interior, por favor hablen más alto; necesitamos escuchar sus voces».
Pero para escuchar esas voces hay que darles el altavoz adecuado y es responsabilidad de la industria cinematográfica hacerlo. Las cuatro medidas anunciadas por la Academia pretenden incentivar esa discusión, si bien su carácter es más simbólico que otra cosa. En la práctica, las medidas son tan laxas que la inmensa mayoría de las producciones actuales las cumplen y, sin embargo, cuando fueron anunciadas generaron un terremoto mediático que evidenció lo mucho que hay que trabajar todavía para normalizar determinadas conductas. También dentro de la propia Academia. Los Óscars no quieren perder el foco de atención y mediante este tipo acciones se mantiene relevante dentro de una conversación que trasciende lo cinematográfico.
La iniciativa de ampliar el número de votantes, incorporando a cientos de nuevos miembros de todas las cinematografías en un esfuerzo por hacer de la Academia un espacio más diverso ha empezado a dar sus frutos. El triunfo el año pasado de una película como Parásitos ejemplifica de alguna forma ese cambio de rumbo que puede consolidarse este año en el que títulos como Nomadland de Chloé Zhao, One Night in Miami de Regina King o Judas and the Black Messiah de Shaka King suenan ya entre los favoritos para ganar el Óscar.
La carrera por el Óscar ya ha empezado

Chloé Zhao es la quinta directora en ganar el Festival Internacional de cine de Venecia, la primera de origen asiático. Su última película, Nomadland recorre esa América arrinconada en los márgenes del sueño americano, asediada por la crisis económica. Frances McDormand interpreta a una mujer que después de haberlo perdido todo comienza a trabajar de temporera de ciudad en ciudad, realidad a la que tuvieron hacer frente cientos de mujeres y cuya experiencia recogió Jessica Bruder en un libro que ha sido la base de la película. Distribuida por Disney, Nomadland se ha ganado el apoyo de la crítica que la sitúa ya en cabeza de todas las apuestas para ganar el Óscar el próximo 25 de abril. Si lo hace Zhao se convertiría en la segunda mujer en la historia de los premios en conseguirlo.
One Night in Miami de Regina King ha causado sensación entre la prensa norteamericana a su paso por el Festival de Cine de Toronto, piedra angular de la carrera por el Óscar que este año ha visto su edición más atípica, con una programación muy reducida y con proyecciones en línea. King imagina un encuentro entre Martin Luther King, Malcolm X y otras personalidades destacadas de la cultura afroamericana de la década de los sesenta para poner sobre la mesa algunos de los problemas que entonces y ahora atraviesa la comunidad afroamericana en pleno auge del movimiento Black Lives Matter. Otras películas como Judas and the Black Messiah de Shaka King con Daniel Kaluuya como Fred Hampton, presidente de los Black Panther, asesinado por la policía de Chicago mientras dormía o The Trial of the Chicago 7 de Aaron Sorkin sobre los disturbios sociales que rodearon el juicio de siete activistas que alzaron su voz contra la guerra de Vietnam coinciden en abordar el pasado reciente de Estados Unidos para hablar de su presente. Ma Rainey’s Black Botton de George C. Wolfe con Viola Davis y Chadwick Boseman, The United States Vs. Billie Holiday de Lee Daniels, Minari de Lee Isaac Chung e incluso la nueva versión de West Side Story que dirige Steven Spielberg inciden en mostrar esa América idealizada que se da de bruces con una realidad que la segrega y margina.

A lo largo de 22 largometrajes, Pixar ha tenido como protagonistas a una familia blanca de superhéroes, un puñado de insectos circenses, ha dado vida a juguetes animados y de trapo, coches, camionetas oxidadas, ratones gourmet, monstros de todo pelaje o peces desmemoriados, pero nunca ha tenido un protagonista de color. Soul de Pete Docter y Kemp Powers viene a saldar esa deuda pendiente con la historia de un músico de jazz frustrado que pierde su forma corpórea y debe aprender a gestionar sus emociones para volver a recuperar su cuerpo. Nunca antes una película de animación ha ganado el Óscar y si hay un año en el que eso puede ocurrir, es este.
Quedan muchos meses por delante para definir las narrativas que marcarán una carrera incierta en la que los cines todavía continúan cerrados en la mayor parte del territorio americano. Los desafíos son numerosos. Si la crisis sanitaria persiste, la Academia tendrá que decidir en algún momento si sigue adelante con la ceremonia, mientras suma esfuerzos para seguir teniendo voz en una industria cambiante y una sociedad convulsa que demanda cambios reales, no cosméticos.