La vida es demasiado caótica como para que también el entretenimiento lo sea, nadie quiere asistir a una consecución de diapositivas inconexas, pero la realidad una y otra vez nos enseña que vivimos en un mundo escrito por guionistas principiantes.

Hace unos días estaba en la consulta del oftalmólogo. Después de leer la E grande y la E mediana me costó leer la R pequeña y jamás supe que letra había debajo. Me aplicaron gotas saladas y gotas picantes y amarillas, me alumbraron con luces reflejadas y directas, miré arriba, abajo, a la derecha, a la izquierda, al fondo y más al fondo, con un ojo, con otro y viceversa hasta que no tuve claro si cuando tenía que quedarme quieto era quieto al frente o quieto al fondo, y cuando pude salir de la consulta me pareció que orientarse era una tarea que había subestimado. Volví a casa con ayuda y con gafas de sol y vi el mundo como Dorothy debió verlo al abrir la puerta de su casa y darse cuenta de que no estaba en Kansas. Los verdes eran más verdes y los rojos eran más rojos, incluso algunos verdes eran más rojos y otras cosas no eran nada, una sombra púrpura silueteaba cada objeto y cada anciano con el que me cruzaba y tan confundido estaba que en vez de sentarme y escribir esto, u otra cosa, tuve que tumbarme y quedarme quieto. Es curioso cómo dentro del confinamiento puedes llegar a estar más quieto aún, descanso es una palabra que ha tenido que reinventarse de alguna forma estos meses, pero aun así encontré cierto descanso en el tiempo que tuve que esperar a que mis pupilas volvieran a su tamaño natural. No podía ver, pero sí escuchar, y mientras Juan Gómez-Jurado hablaba sobre la Biblia en verso recordé la última vez que estuve en una iglesia, en presencia de la muerte, como había estado varias veces más no mucho tiempo antes, e intenté recordar la última vez que estuve allí de niño, en presencia de la vida, pero que tanto en una como en otra ocasión lo único que deseaba era huir.
La mente desbocada es un problema para lo profesional, la vida es demasiado caótica como para que también el entretenimiento lo sea, nadie quiere asistir a una consecución de diapositivas inconexas, pero la realidad una y otra vez nos enseña que vivimos en un mundo escrito por guionistas principiantes, y así un buen día llegué a casa y me dijeron que ya no podría salir durante un tiempo, y como algo nos dice que a veces ocurren cosas raras, y que el tiempo es relativo, que no hay pasado o presente sino un eterno círculo o una infinita cadena, no me extrañaría que en ese preciso instante hubiese en algún lugar del mundo alguien atrapado en una iglesia, alguien torturado por un oftalmólogo y alguien, como yo, cuya mente se quedase en blanco. Nada surge de la nada, excepto casi todo, y en ese casi puede que habiten las ideas, como los peces dorados de los que habla Lynch, esperando a que alguien los pesque del estanque de la imaginación, pero curiosamente cuando más tiempo hay para pescar menos peces pican, y aparece la leve sensación de que algo está ocurriendo pero no tienes nada que decir. De los creadores se espera que creen, naturalmente, pero quizá el acto creativo sea algo más escurridizo de lo que cualquier manual quiera dar a entender, cuando llega el momento de ponerse a escribir no hay nada que asegure que saldrán las palabras, quizá un cierto compromiso, una rutina, pero no hay un lápiz mágico ni un teclado místico, lo que hay es la certeza de que mirar abajo significa caer.
Todo obedece a una serie de pautas meticulosas y no muy fiables, que cambian cada vez que se recurre a ellas, como el rompecabezas de un espejo o un libro con páginas de barro. Al dibujar es necesario estudiar cada rinconcito del mundo, investigar cada miga de pan, cada pelo en la cola del gato, se necesita conocer y comparar cada farolillo en la calle hasta que se pueda distinguir de cualquier otro en la tierra, hasta convertir su bombilla en una flor de electricidad o en un escarabajo de luz, y la fotografía no es buscar el lugar y el momento sino robarlos para luego vestirlos con cualquier otro disfraz. Más que construir es deconstruir al revés para servir al derecho, como Guido Anselmi en 8½, con sus fantasmas y su cohete espacial, como su mazmorra femenina y su manantial de agua bendita, que cura pero da fiebre, es acompañarlo en su caminata circular por los pasillos de los hoteles y las habitaciones de sus recuerdos, sin parpadear, a su ritmo, con su sombrero, despierto sobre la almohada, es herirlo de muerte para sanarlo y dejarlo en libertad, es cine y es arte y es entretenimiento.
En el momento menos esperado aparece un tsunami o un meteoro exterminador, un bicho microscópico aletargado durante millones de años, y lo que en las novelas nos salva de los marcianos en los periódicos nos acerca al apocalipsis, somos breves pero nuestra brevedad es intensa, somos capaces de llegar todo lo lejos que la insensatez nos permita, y si más mundo hubiese más allá iríamos, escribimos libros buenos y libros malos, con sus comas y sus páginas, descubrimos una y otra vez números ocultos en el iris de un retrato, podemos conectarnos con familiares y amigos desde mucho más lejos que nunca y más rápido que lo que tardamos en hacer una tostada, separamos la basura en cuatro contenedores, compramos huevos ecológicos y hacemos ejercicios de estiramiento y fortalecimiento tanto del cuerpo como del cerebro, conseguimos lo que nos proponemos y sino buscamos otra meta, vivimos hacia delante y sin descansar, más rápido, más lejos, más preciso. Y luego un día nos dejan ciegos y nos obligan a quedarnos quietos, sin otra opción disponible. Y para eso no estamos preparados. No para descansar. Sin todas nuestras cosas y nuestras rutinas y nuestras actividades nos quedamos indefensos. Echamos de menos la abundancia. Como si la hubiésemos perdido. Pero todo es lo mismo. Sólo que al revés. Todo es igual, pero con diferente horario. Si no podemos tirar las latas vacías al suelo tiraremos los guantes de látex. Si no podemos bailar en una discoteca lo haremos en casa. A la playa iremos con reserva y a clase iremos con mascarilla. Decimos que nos hemos quedado en blanco. Y luego nos sale un artículo de 1078 palabras.