Cuando visitaba a mi abuela la televisión estaba siempre encendida, era su única compañía en una casa demasiado grande y vacía. Se alegraba de verme, pero ni siquiera la apagaba para hablar conmigo; solo le bajaba el volumen. Hoy he regresado al pueblo después de un tiempo en el extranjero. Nadie parece interesarse en comprar la vivienda y todavía conservo la llave. Había un niño de unos ocho años sentado en uno de los escalones de la entrada. Sus ojos se posaron en mí y al ver que me acercaba se apresuró en guardar en un bolsillo del pantalón un objeto que no tuve tiempo a identificar.Al aproximarme pude ver una pequeña cicatriz en el centro de su frente. Lo saludé y empezamos a hablar. Ya sabe, una de esas conversaciones de cortesía que uno mantiene con los niños y que nunca sabe muy bien a dónde van a parar. Le pregunté qué estaba haciendo allí sentado y después de unos dubitativos segundos agachó ligeramente la cabeza y me contó que cuando era más pequeño pensaba que la casa estaba encantada porque cada vez que pasaba por allí escuchaba toda aquella jauría de voces que provenían del interior y que sentía miedo y que atravesaba corriendo la calle con los ojos cerrados y las manos en los oídos. Me dijo que ahora ya no, que era mayor y que sabía que todo aquello no era cierto. No pude evitar pensar que la marca que exhibía ahora su frente no podía ser sino el resultado de una de aquellas temerarias huidas.
Su rostro se iluminó al invitarlo a pasar adentro. Lo guie hasta el salón, abrí las ventanas y retiré los plásticos protectores que reposaban en los dos sillones. Nos sentamos sin mediar palabra y encendimos el viejo televisor. Una pregunta rondaba mi cabeza: ¿siguen viendo los niños la televisión?
Según los datos recogidos en el Análisis de la industria televisiva-audiovisual elaborado por Barlovento Comunicación durante el pasado año, los niños—entendiendo como tal aquellos que tienen una edad comprendida entre los cuatro y doce años— consumen aproximadamente 2 horas y 4 minutos de televisión al día y ven mayoritariamente el canal Clan. Hace una década la media era de 2 horas y 38 minutos. Es decir, se ha producido un descenso de treinta y cuatro minutos y todo parece apuntar a que la sangría numérica continuará en los años venideros.
Si en los setenta Jerry Mander ponía el grito en el cielo en Cuatro buenas razones para eliminar la televisión alegando que la experiencia es crucial para los jóvenes y decía —cito de memoria— aquello de que cuando pasan treintaicinco horas a la semana delante de la tele es imposible que tengan la gran variedad de experiencias reales que necesitan, uno no puede menos que preguntarse qué diría Mander si supiera que medio siglo después la población infantil pasa cerca de cinco horas diarias frente a alguna pantalla o sobre los todopoderosos y siempre cambiantes algoritmos, esa suerte de cajas negras que se encargan de seleccionar de forma pormenorizada el contenido que mostrar a cada usuario.
Las primeras unidades del iPad cogieron a nuestro país sumido en pleno apagón analógico. Con aquel dispositivo «a medio camino entre el teléfono y el portátil» llegaron las aplicaciones y una nueva forma de consumir contenido desde el sofá. Revisando la parrilla televisiva de Clan o Boing no es de extrañar que los niños prefieran ver fragmentos de vídeo de una forma antojadiza en YouTube mediante una pantalla con la que pueden interactuar con los dedos y llevar a todos sitios. La programación del canal público Clan se encuentra repleta de episodios de series emitidas hasta la saciedad e ignora completamente, por ejemplo, las partidas de videojuegos (en inglés, let’s play) que tanto gustan a su público.
Lo cierto es que durante mucho tiempo los héroes—aquellos que nos ayudaban a comprender el mundo y se encargaban de reflejar valores como la lealtad o la bondad— han estado relegados a la literatura, la televisión o el cine. Pero ya no. Los John Ford del siglo veintiuno son ahora tiktokers y youtubers y proliferan en las grandes ciudades de todo el mundo. El medio millón de espectadores que Ibai Llanos logró congregar en Twitch el día de Nochevieja solo remarca la tendencia al alza de dicho contenido y la consagración del espectáculo estomagante y efímero.
Cada año que pasa la fractura se acrecienta y llegará un momento en que tal vez la distancia generacional será tan grande que solo el silencio será compartido. Se trata de un camino de un solo sentido: si los niños de hoy no ven la televisión tradicional, los adultos del mañana tampoco lo harán.