Era un libro viejo. Las hojas tenían un tono amarillo un tanto especial y los dibujos de las viñetas habían perdido el brillo de los colores años atrás. De vez en cuando, entre bocadillo y bocadillo, encontraba una tira de celo casi más amarillenta que las propias hojas, pero que aún mantenía su función. Apuesto la cabeza a que me pasé más tiempo del debido mirando la portada, acariciando la tapa dura e intentando averiguar si aquel verde que rodeaba …