Billy Wilder (Samuel Wilder, 1906-2002) fue uno de los más grandes directores y guionistas de la historia del cine. Sus películas eran, y siguen siendo, divertidas, irónicas, inteligentes, frescas… Nos han hecho disfrutar a varias generaciones a lo largo de los años. En este microrrelato, que rinde un modesto homenaje al maestro, podrá encontrar los títulos de las veintiséis películas que dirigió.

Paseando por Sunset Boulevard recordaba aquellos días sin huella que fueron mi perdición. Tras declarar como testigo de cargo en ese feo asunto de las cinco tumbas al Cairo, me sentía como el héroe solitario que realmente era, como un traidor en el infierno. Fue primera plana en la prensa de todo el país. Tuve que huir a Europa y mi vida entró en una espiral de curvas peligrosas. Me escondí una temporada en Berlín Occidente y conocí a una chica de mala vida, Irma la dulce la llamaban, siempre sentada en la terraza de «El vals del emperador», un lujoso café del centro de la ciudad. Luego marché a Venecia y allí, durante el gran carnaval, travestido, con faldas y a lo loco, entró en mi vida aquella jovencita, Ariane. Demasiado jovencita, según parece. Me lo tuvo que recordar su madre, Fedora, una señora con un rostro tan inescrutable como la vida privada de Sherlock Holmes. Se apoyó en el marco de la puerta y dijo: “Vaya. El mayor y la menor. La historia se repite. Dale recuerdos a tu padre”. Me volví hacia Ariane y le pregunté sorprendido: “¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?”. La respuesta se la puse en bandeja de plata. Me guiñó el ojo y me dijo “Bésame, tonto”. Como ya se podrán imaginar tuve que volver a casa. El apartamento que he alquilado solo tiene una pega: que la tentación vive arriba. Su nombre es Sabrina. Espero poder resistirme. Y si se encuentran en problemas, ya saben lo que tienen que hacer: ¡Uno, dos, tres!, y aquí un amigo… Previo pago, por supuesto.