Woody Allen y la caza de brujas

Habría que preguntarse cómo una sociedad supuestamente tan avanzada como la nuestra ha caído una vez más en la tentación de quemar en la hoguera a alguien que le parece sospechoso.

El cineasta Woody Allen.

Vaya por delante que Woody Allen es uno de mis cineastas favoritos. He visto casi toda su obra, es decir, unas cuarenta películas, y creo que, junto con Scorsese, es el mejor cineasta norteamericano de las últimas décadas. Sin embargo, si le defiendo como persona y critico a los que le quieren lapidar, es por una razón mucho más sencilla: la justicia le declaró inocente.

Retrocedamos en el tiempo: en el año 1992, Allen dirigió la última película en la que participó la que era entonces su esposa, Mia Farrow, titulada Maridos y mujeres (en mi opinión, una de sus obras maestras). Ese mismo año, saltó a la prensa que Allen había roto con Farrow porque estaba enamorado de Soon-Yi, una de las hijas adaptivas de ésta. Poco tiempo después, Dylan Farrow, una de las hijas que adoptó cuando estaba con Mia, le acusó de haber abusado de ella y le llevó ante la justicia norteamericana, que dio la razón al cineasta. Tras más de dos décadas, al hilo del Me Too, un movimiento contra el machismo de la industria del cine, los supuestos abusos (nunca demostrados, recordemos) salieron de nuevo a la palestra. Allen, por supuesto, volvió a negar la mayor. 

Lo peor de todo este asunto es que actores que habían trabajado con él, como Michael Caine o Colin Firth, se subieron al carro, más por quedar bien (ay, las modas) que por tener argumentos sólidos. Pero también hay que decir que otros intérpretes, como Javier Bardem o Alec Baldwin, dijeron algo tan sensato, y obvio, como que no se puede condenar a alguien sin pruebas. Si Allen hubiese sido declarado culpable, como le ocurrió a Polanski, quien huyó de Estados Unidos, no hubiera seguido rodando. Por lo menos en su país. Y a cualquier ciudadano corriente le habría parecido bien: quien la hace, la paga. Pero la realidad es que fue absuelto. 

Es increíble la persecución a la que ha sido sometido, sobre todo porque estamos hablando de un hombre que se encuentra en el final de su vida. Cada película que estrena es probable que sea la última. Quitarle la posibilidad de seguir rodando una película al año a un genio que lleva haciéndolo desde hace varias décadas sin interrupción es negarle su talento a millones de admiradores que esperan ansiosos su próximo trabajo. Habría que preguntarse cómo una sociedad supuestamente tan avanzada como la nuestra ha caído una vez más en la tentación de quemar en la hoguera a alguien que le parece sospechoso. Desde luego, en pleno 2020 no se puede argumentar falta de medios para informarse. Así que supongo que se trata de una combinación de ignorancia y necesidad de quedar bien.

Allen, quien nunca ha ocultado sus simpatías hacia el Partido Demócrata, por lo que es difícil acusarle de reaccionario, ha declarado en varias ocasiones que apoya la lucha de las mujeres contra las injusticias que muchas siguen teniendo que soportar. Pero parece que eso da igual, lo importante es que el señalado no se vaya de rositas. A los inquisidores más les valdría ver sus grandes películas, la mayoría con Mia Farrow precisamente, y dejar en paz a uno de los mejores artistas de la segunda mitad del siglo XX.

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